Para comprender las relaciones sociales, en este caso las afectivas, es necesario analizar cómo se reproducen las relaciones de poder en las relaciones entre generaciones y géneros, donde a las diferencias de la etapa vital que se transita o las diferencias anátomo morfológicas se les adjudica diferencias jerárquicas colocando a las personas en lugares de dominación y sometimiento. Las identidades sociales, e individuales se van construyendo a partir de estas relaciones y rigidizando a medida que el tiempo transcurre, y las diversas estructuras nos someten.
El análisis de la violencia en las relaciones afectivas debe incluir el análisis de los lugares que ocupan las niñas y los niños, los adolescentes varones y mujeres, las y los adultos, las y los adultos mayores, mujeres, varones, gays, lesbianas, transexuales, transgénero, y otras vidas invisibilizadas, cuestionando lo “natural” de las asignaciones de poder y jerarquía que detentan estas situaciones.
La violencia como uso abusivo del poder, ese poder que le es asignado a las personas y/o grupos según las situaciones o categorías que mencionamos anteriormente, se transforma en una forma legitimada, incuestionada y rígida de vincularse con las y los otros.
La violencia entonces se normativiza, se hace norma, natural, lo dado, en lenguaje adolescente “es lo que hay”, y se instala como práctica legitimada y las acciones violentas, aquellas que producen daño y buscan someter, se instalan en la realidad cotidiana y quienes la sufren no pueden verla como tal. Esa realidad se construye y reafirma desde las acciones y los discursos y las aceptamos, en general sin cuestionarlas, como efecto de los procesos de socialización y disciplinamiento.
Estas situaciones hacen que las niñas, niños y adolescentes no sean reconocidos como sujetos de derechos, ciudadanos y ciudadanas, constructores de cultura, de valores, más que en la formalidad y limitamos así, su potencial transformador, desde la omnipotencia y el miedo a ser desplazados del poder adulto y que de alguna manera transformen lo que nos da seguridad y un lugar que, sea cual sea, es propio.
Colocamos al 100% de la población, menor de 18 años, en situación de sometimiento y les enseñamos a reproducir, nuestras bondades y nuestras violencias.
En el noviazgo se comienzan a presentar las primeras manifestaciones de violencia, especialmente cuando algunos de los integrantes de la pareja han sido o son víctimas o testigo de violencia en su familia de origen.
Las relaciones violentas que transitan en los noviazgos de adolescentes se dan a instancia de este proceso de socialización que hablamos y pueden tomar formas distintas a partir de los diversos grupos y contextos. Estas relaciones van sufriendo cambios, en discursos y en acciones, es necesario evaluar si estos cambios implican modificaciones hacia relaciones de mayor equidad o es otra expresión del mismo sometimiento.
Las y los adolescentes lo ven, lo expresan aunque no siempre pueden identificarlo como violencia, lo naturalizan, lo justifican, lo niegan, generalmente desde la idea del amor romántico idealizado, donde las conductas de control, que limitan la libertad del otro son leídas como de cuidado y de expresión de amor, el control en la forma de vestirse, el control de los medios de comunicación, el aislamiento de las amistades y la familia, los celos como expresión profunda de amor.
En las parejas adolescentes la violencia puede adoptar diversas formas y generalmente se va instalando de forma gradual, no siempre con el ejercicio de la violencia física, sino a partir del control de acciones, mediante la manipulación, el aislamiento, la intimidación y las amenazas.
La instalación de estas formas de relacionamiento a muy temprana edad y en las primeras relaciones establecen pautas que pueden instalarse definitivamente en las parejas adultas y establecen daños que afectan diversas áreas de la vida de las personas, como cualquier forma de violencia.
La adolescencia es una etapa imprescindible de transitar con libertad y con cuidados, desde las y los pares y desde las y los adultos. No es un momento vital sin importancia, “que por suerte pasa”, que se olvida con el paso del tiempo como solemos establecer quienes ya la pasamos.
La violencia en las relaciones de noviazgo es mirada por el mundo adulto muchas veces con irrelevancia, como una práctica más de este grupo etario que cuando estos crezcan ya no será así, justificando y naturalizando prácticas que, con este mirar al costado, se legitiman y perpetúan en la vida adulta.
La respuesta del entorno es fundamental para limitar las conductas violentas, en el caso de prácticas violentas en noviazgos adolescentes es imprescindible la intervención del mundo adulto para garantizar la protección de ambos involucrados, promoviendo la identificación de las conductas que provocan daño y los efectos que estas generan en la vida de quien la recibe desnaturalizando esta práctica.
La familia, el sistema educativo, el grupo de pares y otros espacios públicos como centros recreativos, deportivos y comunitarios son espacios relevantes para poder cuestionar e intervenir limitando esta forma de violencia. Las y los adolescentes como sujetos de derechos en crecimiento requieren de un cuidado especial; las respuestas institucionales deberán tener en cuenta sus necesidades y requerimientos.
Es responsabilidad de las instituciones y de la comunidad conocer el problema, tener claro de que estas expresiones son aprendizajes instalados desde la niñez y que se mantienen si no se realiza una acción deliberada y constante para transformarlos.
Trabajar de forma preventiva con las y los adolescentes, es un camino necesario e imperioso. Cuanto más temprano se vivencien espacios donde se discutan los parámetros jerárquicos hegemónicos, menores daños se producirán y se lograra un acercamiento mayor al ejercicio pleno de derechos.
Estas acciones deben estar orientadas a limitar el miedo y la vivencia de la impotencia, a cuestionar la presión de la demostración constante de la masculinidad hegemónica y necesaria del ejercicio abusivo de un poder construido y legitimado por un mundo adulto que impone, que obliga a desplegar conductas que demuestren poder, legitimen las estructuras jerárquicas y reproduzcan el sistema social sostenido, entre otras cosas, por conductas violentas. Quienes vamos a desplegar estas estrategias de protección somos adultas y adultos, inmersos en estas ideas, en estos valores por lo que vamos a cuestionar nuestros propios lugares de poder.
Discutir con adolescentes, desde la equidad, sobre la violencia en las relaciones de noviazgo es discutir el poder, el poder, abusivo y hegemónico instalado desde las jerarquías construidas, cuestionar nuestro lugar como varones y mujeres, adultos, madres, padres, profesionales, decisores políticos, educadores, cuestionar lo que somos y lo que producimos en las y los demás y así poder identificar nuestra cuota de poder y analizar cómo lo ejercemos.
Esta intervención, estratégica no podrá perder nunca de vista que en tanto intervención ética deberá sostenerse en el encuentro y desarrollar acciones creativas para “la consolidación de soportes sociales y colectivos para el despliegue del sujeto social-histórico potente, capaz de ser y de crecer con otros/as, resistir y crear modos singulares de conexión y visualizar los modos en que se produce y se des-produce como objeto de subordinación” (Molas, 2011:38).
La intervención en situaciones de violencia doméstica nos interpela desde la creación, la potencia, la transformación, nos obliga a promoverla, a compartirla, a circularla y a transformarla en una acción política que además de la vida propia, transforme la vida social desde la justicia y la equidad.