Hace más de veinte años que distintas personas y organizaciones diversas del Estado y de la sociedad civil hemos venido trabajando arduamente para que se reconozca que en Uruguay la violencia de género y generacional, especialmente la que ocurre en el hogar (violencia doméstica), es un problema grave que afecta principalmente a mujeres adultas, niñas, niños y adolescentes.
Desde fines de los años 80 se viene denunciando y haciendo pública una realidad que se mantenía en el silencio y al resguardo del hogar, amparada en los límites infranqueables de la vida privada y del sagrado inviolable.
En aquellos años y hasta no hace mucho tiempo atrás, hacíamos referencia a esta problemática como un drama pasional o como crímenes pasionales, hoy les llamamos violencia doméstica o violencia de género en el hogar y/o en las relaciones de afectividad, lo cual es un avance sustantivo.
En aquellos años el silencio era la norma, no se hablaba de este problema, no se denunciaba (salvo casos extremos) porque no existía legislación específica que amparara estas situaciones y las respuestas estatales generaban mayor daño revictimizando con sus acciones prejuiciosas, de descrédito y desprotección.
Hoy podemos decir que la violencia doméstica es un problema reconocido por la sociedad uruguaya y por las políticas de gobierno que intentan con mucha dificultad generar respuestas para su enfrentamiento.
Hoy la violencia doméstica no ha aumentado, han aumentado los pedidos de ayuda, han aumentado las personas que rompen el silencio y buscan una salida.
Ha aumentado la valentía y la posibilidad de las víctimas de pedir ayuda, de exigir respuestas, de dirigirse a las sedes policiales y judiciales a expresar su situación y solicitar protección y justicia.
Y ese aumento se debe a que se ha trabajado muy duro – durante décadas- para trasmitir en forma masiva la idea que la violencia doméstica es un delito, es una vulneración de derechos humanos y que todas las personas tenemos derecho a una vida sin violencia.
Pero también ha aumentado la posibilidad de pedir ayuda porque hay un Estado que ha brindado respuestas, que ha generado servicios de apoyo, que ha realizado adecuaciones normativas y ha hecho una apuesta por mejorar las respuestas del sistema de protección.
Es muy probable que las estadísticas de violencia doméstica aumenten en los próximos años porque hay decisiones de distinto sectores del Estado de generar capacitaciones y herramientas –protocolos, guías, mapas- para que los operadores y operadoras de todo el país puedan visualizar las situaciones, detectarlas y brindar primeras respuestas. En la medida que estas herramientas se vayan implementando, aplicando y replicando los casos aun invisibles, comenzarán a emerger y así aumentarán los números, las estadísticas, la percepción social de que ahora hay más violencia que antes.
La revictimizacion del sistema de protección
Reconociendo estos importantes avances no podemos dejar de señalar que estas respuestas aún son insuficientes y que persisten prácticas profundamente revictimizantes que aumentan los niveles de daño, desprotección y desesperanza en las víctimas que acuden solicitando ayuda.
Las prácticas revictimizantes que frecuentemente observamos se pueden sintetizar en:
• Intervenir en casos de violencia doméstica y sexual sin formación en el tema, especialmente en la perspectiva de género, enfoque de derechos, perspectiva generacional y diversidad sexual
• No creer en los relatos de las niñas, niños y adolescentes o minimizarlos, dejándolos desprotegidos y expuestos a la repetición de la violencia. En muchos casos los operadores /as se alían al discurso adulto y justifican las violencias ejercidos por estos como un “desborde de momento”.
• Forzar la revinculacion de las niñas, niños y adolescentes con su progenitor, fundadas en la seudo teoría mundialmente cuestionada y rechazada del Síndrome de Alienación Parental(SAP)
• Promover la revinculacion de las niñas, niños y adolescentes con su progenitor abusador con el único fundamento de que ya ha pasado un tiempo y que es necesario retomar la convivencia familiar.
• No establecer medidas de protección a las niñas, niños y adolescentes en casos de violencia doméstica con el argumento que la violencia era ejercida contra la madre únicamente
• Derivar a instancias de mediación y terapia familiar que pretendan abordar la violencia doméstica y sexual como un conflicto entre iguales, buscando lograr acuerdos mutuos y negociaciones. Esto implica desconocer la asimetría de poder existentes y profundiza los niveles de sometimiento y daño de las víctimas.
• No brindar tratamiento de secuelas a las victimas porque los recursos no alcanzan o por creer que no es necesario.
• Frente a una mayor difusión y sensibilización social sobre la problemática, la capacitación de operadores para que logren detectar oportunamente estas situaciones, se constata la inexistencia de recursos concretos en distintos puntos del territorio del país para dar una respuesta real a las situaciones que son detectadas. Esto en general paraliza al operador que se encuentra con la situación y le dificulta mucho generar un accionar que proteja efectivamente a las niñas, niños y adolescentes. En algunos casos los operadores son presionados por sus jerarquías institucionales a no actuar, en oportunidades han sido sancionado por esas instituciones al intervenir en determinados casos y en otras han sido abandonados por la institución teniendo que asumir en forma personal el abordaje de la situación enfrentando muchas veces amenazas y represalias por parte de los agresores.
Transformar, mejorar y profundizar el sistema de respuestas en violencia doméstica es uno de los grandes desafíos que como país tenemos por delante. Pero ello no será posible si no se logra una voluntad política real que jerarquice este problema, que lo coloque en las agendas políticas como prioridad nacional y que accione dotando de presupuestos acordes para efectivizar un sistema de respuestas de prevención, represión, sanción, atención y reparación acorde a la dimensión y complejidad del problema.
Este sistema de respuestas debe priorizar las dos poblaciones más vulnerables frente a la violencia doméstica, que son las mujeres y las niñas, niños y adolescentes – sin desconocer la existencia de otras personas vulnerables dentro del hogar como los adultos mayores, las personas con discapacidades, los varones adultos, entre otros.
Debe contar con modelos de abordaje que incorporen especificidades en sus abordajes de acuerdo a la interseccionalidad de vulnerabilidades. No es la misma respuesta la que requiere una mujer pobre víctima de violencia doméstica que una mujer que cuenta con diversidad de recursos económicos, habitacional, entre otros. No es lo mismo un adolescente víctima de violencia doméstica que se agrava su situación por el estigma y el rechazo provocado por su identidad de género u orientación sexual o una niña que sufre violencia doméstica y tiene una discapacidad o vive en el medio rural con altísimos niveles de aislamiento.
Cómo comprendemos la violencia doméstica
La violencia doméstica es un problema social profundamente arraigado en nuestra cultura y en nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales y es perpetuado por modelos de socialización que trasmitimos de generación en generación. Es una de las formas de violencia de género y generacional que tiene mayor incidencia en la vida de las mujeres niñas, niños y adolescentes en nuestro país.
Es expresión de un conjunto de valores tradicionales sobre el orden familiar, las jerarquías familiares, los modelos de ser varón y mujer.
La legitimidad de disciplinar a los hijos e hijas usando la violencia física (tirón de pelo, palmada, empujón, golpear con el cinto, entre otros) o la violencia emocional (gritar, insultar, humillar). Valores tradicionales que educan a un niño varón para que no se deje pasar por encima, para que limite sus expresiones emocionales, para que compita, responda con violencia si lo violentan, defienda a sus seres queridos, no permita que ofendan su honor, demuestre su virilidad siempre que le sea posible.
Esos mismos valores educan a las mujeres a reprimir su agresividad y sus deseos, a ser obedientes, no pelear ,expresar sus sentimientos, ser maternales y cuidadosas, estar preparadas para dedicar su tiempo a los demás, aprender a dejar sus necesidades en un plano secundario en función de las necesidades de los demás.
Valores tradicionales que nos enseñan desde muy chicos que hay un orden social que coloca a las mujeres en un lugar de menor poder en relación a los varones y que estos tienen potestades de control y dominio sobre sus esposas, parejas, hijos e hijas entre otros. Porque la violencia no es otra cosa que la expresión de las desigualdades existentes en una sociedad machista y adulocentrica.
¿Cuale es el desafío que tenemos por delante?
Es hora de profundizar el abordaje del Estado para incidir efectivamente en la reducción de las violencias hacia mujeres, niñas, niños y adolescentes y generar políticas de largo alcance para tender a su erradicación.
Prepararnos como país para dar respuesta, contención y tratamiento del daño a las miles de víctimas que seguirán surgiendo, detectándose, que se animarán a pedir ayuda, a dejar de callar, a romper el silencio. Esas víctimas que hoy están sufriendo en la invisibilidad y el silencio, que aún no logran expresar su padecimiento.
Hay que fortalecer el sistema de justicia especialmente la formación de magistrados/as, continuar la formación policial, fortalecer los equipos de salud para que detecten, orienten y brinden tratamiento, fortalecer los servicios especializados, especialmente garantizar que existan servicios especializados para niños, niñas y adolescentes en cada uno de los departamentos del país, fortalecer las respuestas de salida a la situación de violencia doméstica: hogares, alternativas habitacionales, inserción laboral, entre otras.
Pero el mayor desafío que tenemos por delante es comprender que la violencia doméstica es un problema de justicia, poder y dominación.
Lejos de ser un problema de convivencia o un problema de comunicación, es un problema de dominación. Lejos de ser un problema de desborde o descontrol, es una estrategia de control sistemática que se impone en las relaciones familiares.
Seguimos creyendo erróneamente que las causas de la violencia doméstica son las drogas, el alcohol, las presiones de la vida, la falta de dinero y la ignorancia. Seguimos poniendo afuera al “culpable” de este “flagelo”. Pero los únicos responsables de la existencia de violencia doméstica en nuestra sociedad somos nosotros mismos, una sociedad que condena por una parte este problema, pero que reproduce valores sexistas, discriminatorios que generan asimetrías de poder y abonan las condiciones para que se establezcan relaciones de dominación y control al interior de las familias.
Democratizar las relaciones familiares es el desafío que tenemos por delante y ello solo será posible a través de una acción revolucionaria. Revolucionar nuestro pensamiento, rechazando y transformando valores tradicionales y conservadores que justifican, reproducen y trasmiten ideas de superioridad entre las personas.
Las ideas machistas que tienen una vigencia muy arraigada en nuestra sociedad son responsables directas de la violencia de género y generacional.
Estas ideas son compartidas y reproducidas por el conjunto social; varones y mujeres persistimos en sostener, reproducir y enseñar una cosmovisión machista.
Debemos revisarnos – mujeres y varones – y detectar cómo esos valores tradicionales sexistas persisten en nuestros pensamientos, acciones y creencias y por ende los trasmitimos casi sin percibirlo. Basados en la idea de que hay una normalidad, que las “personas normales” viven de determinada manera, reproducimos la opresión y educamos en la opresión a nuestros hijos e hijas.
El desafío es lograr una camino de libertad, avanzar en una educación libertaria, donde cada persona pueda crecer de acuerdo a su sentir, pueda definir sus identidad, su características y su personalidad sin estar atado a un molde sexista y heteronormativo. Donde cada persona pueda vivir su sexualidad de acuerdo a sus deseos, sin estar atado un molde heterosexual, pueda vivir su masculinidad sin estar atado un molde de control y dominio, pueda vivir su ser mujer sin estar atada a un molde de limitaciones, prohibiciones y sometimientos.